CIUDAD DE MÉXICO (Proceso).- El tiempo sólo es nuestro; las estrellas
que vemos en el cielo ya no necesariamente existen, sólo su luz
llegando hasta aquí. Como la vida, el tiempo es un chiste local. Lo
humanizamos en formas como el “tic-tac” de un reloj, como lo propuso
Frank Kermode hace ya varias décadas, y suena todavía a pesar de que se
ha mojado.
|
Enrique Peña Nieto . Foto: Germán Canseco |
El “tic” es el génesis del instante, mientras que el “tac” es
su final, “un modesto apocalipsis”. Entre ellos hay un intervalo de
tiempo desorganizado que sólo adquiere sentido después del “tic” y con
la expectativa de que ocurra el “tac”. Sin el inicio y el final, el
intervalo es inhumano, incalculable, informe. Es, acaso, lo que
diferencia nuestros tiempos: el mecánico, un segundo igual al otro, del
significativo. Lo que percibimos, recordamos y lo que esperamos, se
piensa sólo en ese tiempo en el que se narra lo que se conforma con
respecto al final. Si hay un final, todos los intervalos sucesivos
adquieren, de pronto, un sentido: el futuro cambia el pasado. Lo
sucesivo se transforma en decisivo. Lo que antes era un segundo y otro y
otro más, ahora tiene un sentido, el de estar interconectado,
entramado, con su desenlace.