(Foto: Cuartoscuro/Archivo)
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En el libro La guerra que nos ocultan, los periodistas Francisco Cruz, Félix Santana y Miguel Ángel Alvarado documentaron el seguimiento de las señales del teléfono y encontraron que el aparato continuó funcionando hasta el 04 de abril de 2015.
El 26 de septiembre de 2014, Julio César fue asesinado y apareció con el rostro desollado al día siguiente en la ciudad de Iguala. El mismo 26, sus 43 compañeros de la normal de Ayotzinapa desaparecieron.
De acuerdo con el periódico El Sur, el libro destaca que el 17 de octubre de 2014 se registró, en el celular de Mondragón, una llamada desde las instalaciones del Cisen y el 23, 25, 27 de octubre y el 1ro de diciembre de ese mismo año se registraron telefonemas desde el Campo Militar Número Uno en la Ciudad de México.
Anotados en un documento confidencial que la empresa Telcel entregó a la Procuraduría General de la República (PGR) el 31 de agosto de 2015, esas llamadas forman parte de las 31 actividades que registró ese teléfono, un LG L9 con el número 7471493586, desde el 27 de septiembre de 2014 hasta el 4 de abril de 2015.
Los autores señalan que el estudiante llevaba consigo su teléfono durante sus actividades del 26 de septiembre y no apareció entre los objetos localizados con su cadáver.
Los autores de la obra plantean que los asesinos se quedaron con el aparato y lo usaron hasta el 4 de abril de 2015, como lo indica la información proporcionada por la empresa de telefonía Telcel, que consta en el expediente de la PGR, y revelan, con datos oficiales, que lo usaron para hacer espionaje y tratar de descubrir los contactos del normalista.
Sostienen que Julio César es una de las claves para explicar la represión a los estudiantes de Ayotzinapa en Iguala, “porque las coordenadas que generaron las actividades después del 30 de septiembre de 2014, condujeron a un viaje sin desvíos hacia las entrañas de uno de los campos militares más importantes del país, en la Ciudad de México”.
Parte de las investigaciones que los periodistas realizaron durante 22 meses se dedica a la forma como el normalista fue desollado, el uso de una técnica quirúrgica, que se observa en las fotos del cadáver, y sostienen que no queda duda de que fue desollado, para dejar un mensaje de terror.
Las evidencias desmienten las conclusiones de la Comisión Nacional de Derechos Humanos (CNDH), de que el rostro de Julio César fue devorado por la fauna callejera de Iguala.
Fuente : Aristeguinoticias.
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