Trump de gira en Wisconsin. Foto: AP / Evan Vucci |
Coincido con el enojo por el video de Trump, pero no me sorprende. Me indigna mucho más su propuesta para construir un muro en la frontera con México, las palabras para referirse a los inmigrantes mexicanos, la manera en que ha humillado a varias mujeres en debates públicos. El video no es inesperado en el comportamiento de ese personaje. Lo sorprendente es que más de 40% del electorado lo sigue y, muy posiblemente, lo seguirá apoyando. Lo sorprendente es que una figura tan siniestra esté dando el tono a la campaña electoral del país más poderoso del mundo. Lo sorprendente es la fractura de uno de los dos grandes pilares de la democracia estadunidense: el Partido Republicano.
La campaña electoral en Estados Unidos manda mensajes inquietantes sobre el rumbo que puede seguir la política interna estadunidense. La crisis de valores y de forma de funcionamiento de la democracia es evidente. Pocos momentos han sido tan deplorables como el que tuvo lugar en el segundo debate de los candidatos a la presidencia. Insultos, reclamos, vulgaridades y sonrisas fuera de lugar convirtieron lo que debió haber sido un debate sobre programas de gobierno en un espectáculo televisivo de mal gusto, pleno de acusaciones reiterativas.
Es posible que fuera inevitable dada la personalidad de Trump. También es posible que el espectáculo haya sustituido a las ideas en todos los sistemas políticos llamados democráticos. De ser así, la campaña electoral estadunidense es una llamada de atención sobre lo disfuncional y peligroso de seguir sobre esa vía. Lo que ocurre en Estados Unidos, justamente por ser el país que ostenta el liderazgo de la democracia, obliga a una profunda reflexión sobre dónde se encuentran ahora los ejes principales de los procesos electorales, mismos que son factor fundamental para dar legitimidad a la democracia.
Los cambios demográficos en Estados Unidos que auguran una posición minoritaria para los grupos blancos, la pérdida de la movilidad social en las clases medias y la profundización de la desigualdad propiciaron la formación de grupos radicales al interior del Partido Republicano. El Tea Party aglutinó a críticos exaltados opuestos a toda acción gubernamental, a la presencia de inmigrantes, a la pluralidad étnica y, en general, al rumbo que daban a la política interna y externa estadunidense las élites políticas de Washington. Obama ha sido para ellos el mayor enemigo.
Ese movimiento acabó por imponerse en el partido al momento que Trump fue elegido como su candidato. Una personalidad insólita, ajena al partido, se dispone, si logra ganar, gobernar de manera casi independiente. ¿Cómo se comportarán sus partidarios en el futuro, gane o pierda la elección? ¿Cuál será la ideología que dará cohesión al Partido Republicano? ¿Qué puede esperarse de sus acciones para frenar y hacer difícil o imposible la toma de decisiones por parte del Ejecutivo?
La democracia estadunidense enfrenta problemas que van mucho más allá del 8 de noviembre. De una parte, hay incertidumbre sobre el comportamiento de un Partido Republicano dividido y la sociedad insatisfecha operando, quizá, fuera de los cauces partidarios; de la otra, están presentes gravísimos problemas a resolver en el ámbito internacional, cuyo ejemplo más evidente es la situación en Siria. Todo ello exige un liderazgo que, desafortunadamente, no se siente, al menos hasta ahora, en la figura de Hillary Clinton. Se trata de una gran profesional de la política, pero de otras épocas. Su indudable experiencia no necesariamente la capacita para navegar en momentos de cambio.
Por lo que toca a México, pocas veces se había expuesto con tal crudeza la vulnerabilidad del país ante lo que ocurra en Estados Unidos. “Vecinos al borde de un ataque de nervios” es la acertada frase en la portada de la revista Este País (10/2016). En efecto, la ansiedad se resiente por múltiples motivos: la caída del tipo de cambio, la inversión que se detiene, las exportaciones que se reducen, las remesas que pueden desaparecer y, más aún, las importaciones de energéticos, indispensables para mantener viva la planta productiva, que podrían estar en peligro.
La crisis de la democracia estadunidense coincide con la profunda crisis económica, política y de seguridad que enfrenta el gobierno de Peña Nieto y el escepticismo de la sociedad sobre la posibilidad que algo se resuelva en los dos años que restan de su sexenio. Las declaraciones cotidianas del secretario de Hacienda asegurando que México estará listo en 2017 para crear empleo, elevar salarios y lograr altas tasas de crecimiento son patéticas. Otra es la realidad con que iniciaremos tratos con un gobierno nuevo en los Estados Unidos, donde, aunque por motivos distintos, se resienten también tiempos de crisis.
Fuente : Proceso.
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