BOGOTÁ (apro).- Cuando un piloto de aviación sabe que entre
más reduzca los costos de un vuelo más será su ganancia económica
personal, puede ocurrir lo que sucedió la noche del 28 de noviembre,
cuando el avión Avro RJ-85 que transportaba al equipo de futbol
Chapecoense se precipitó a tierra con 77 pasajeros y tripulantes a
bordo, 71 de los cuales murieron.
Restos del avión que se dirigía a Medellín. Foto: AP / Luis Benavides |
Las grabaciones del diálogo que sostuvieron minutos antes
del accidente el piloto de la aeronave accidentada, Miguel Quiroga, y la
controladora de tráfico aéreo del aeropuerto de Rionegro, Janeth
Molina, no dejan lugar a duda de que el Avro RJ-85 de la línea boliviana
Lamia se estaba quedando sin combustible.
Este audio, divulgado en Colombia, y el hecho de que el
avión no estalló ni se incendió al impactarse en el cerro El Gordo, a
solo 13.1 kilómetros de la pista de Rionegro, son indicios que los
peritos que investigan el accidente consideran “muy sólidos” para
sustentar la hipótesis de que la aeronave comandada por Quiroga se
desplomó por falta de combustible.
En esa línea trabajan los peritos colombianos y extranjeros que intentan dilucidar las causas de la catástrofe.
De hecho, la Aeronáutica Civil colombiana ya determinó que “la aeronave no tenía combustible al momento del impacto”.
Lo que quizá nunca sea aclarado es por qué Quiroga tomó tres
decisiones que resultaron fatales para los 77 pasajeros y tripulantes
que viajaban en ese avión, para sus familias y para millones de personas
y aficionados al futbol que están conmocionados por la trágica
desaparición de un modesto equipo de provincia que había hecho la proeza
de llegar a la final de Copa Sudamericana.
Y, como en toda tragedia, en la ocurrida el lunes en
inmediaciones de Medellín hubo una circunstancia desafortunada: un avión
de Viva Colombia se había declarado en emergencia poco antes de que la
aeronave de Lamia reportara “problemas de combustible”, y eso retrasó
unos minutos que la torre de control le autorizara el aterrizaje al
piloto boliviano, lo que resultó determinante para que ocurriera el
accidente.
Pero antes de eso, Quiroga tomó tres decisiones que los peritos en aviación que investigan el percance consideran negligentes.
La primera decisión desafortunada fue no haber hecho escala
en Cobija para reabastecerse de combustible, como indicaba el plan de
vuelo. Esa ciudad boliviana está 963 kilómetros al noroeste de Santa
Cruz de la Sierra, de donde partió la aeronave de Lamia.
Es decir, Cobija está 963 kilómetros más cerca del
aeropuerto de Rionegro, que es el que atiende a Medellín. Esta ciudad
sería el destino final del Chapecoense, pues el equipo brasileño debía
disputar ayer (30 de noviembre) el partido de ida de la Copa
Sudamericana con el Atlético Nacional.
El general retirado Gustavo Vargas, director de Lamia, no se
explica por qué Quiroga no se reabasteció de combustible en Cobija.
“Tenía que ir a Cobija, que es en Bolivia. De Cobija tenía que ir a
Medellín. Pero ellos se fueron directo hasta Bogotá”, dijo a medios
colombianos.
Piloto y empresario
Algo que puede explicar la alteración del plan de vuelo que
hizo el piloto Miguel Quiroga es que, además de que era el comandante
del vuelo accidentado, el Lamia 2933, era copropietario de la aerolínea.
La fundó hace dos años junto con el también piloto y coronel retirado
de la Fuerza Aérea Boliviana, Marco Antonio Rocha.
Y Lamia es una pequeña aerolínea que operaba hasta el lunes
con tres aviones Avro RJ-85 de fabricación inglesa que había arrendado.
Dos de ellos están en reparación en un hangar en Cochabamba, Bolivia, y
el tercero fue el que se accidentó.
Sólo se dedica a realizar vuelos chárter, en especial para
equipos de futbol. En la aeronave que se fue a pique habían viajado,
según Gustavo Vargas, las selecciones de Argentina, Bolivia, Ecuador y
Paraguay, así como equipos sudamericanos. Entre ellos el Atlético
Nacional de Medellín, que sería el rival del Chapecoense en la final de
la Copa Sudamericana.
Con un avión en operación y dos en reparación, Lamia era una
aerolínea modesta. De acuerdo con Vargas, “no tenemos rutas, nuestros
vuelos no son muy seguidos (…), empezamos a volar vuelos chárter porque
no pudimos crear una aerolínea aérea de vuelos regulares con destinos
fijos, por la poca economía que teníamos”.
Es apenas lógico suponer que las decisiones del piloto
Miguel Quiroga pudieron estar determinadas por su intención de abatir
costos operativos y que, entre la disyuntiva de apegarse con rigor a los
protocolos de seguridad aérea o maximizar sus utilidades, pudo haber
optado por lo segundo.
El reabastecimiento de combustible del avión de Quiroga en
el aeropuerto de Cobija le hubiera costado a Lamia alrededor del 2% de
los 130 mil dólares que cobró al Chapecoense por el vuelo chárter, sólo
por el uso del aeródromo, más el costo del gasoil.
El presidente de la Asociación Colombiana de Aviadores Civiles, Jaime Alberto Hernández Sierra, dice a Apro que si Quiroga se hubiera reabastecido en Cobija, ese habría tenido combustible suficiente para llegar a Medellín.
Según las especificaciones técnicas del Avro RJ-85 de
fabricación inglesa que piloteaba Quiroga, la aeronave tiene una
autonomía de vuelo de 2 mil 965 kilómetros. Estos son 901 kilómetros
menos que el trayecto de Cobija a Medellín, pero son 10 más de los que
había volado ese avión cuando se desplomó en el cerro El Gordo.
La segunda decisión inexplicable de Quiroga es por qué no
aterrizó en el aeropuerto de Bogotá, que le quedaba en el trayecto hacia
Medellín.
Para el director de la aerolínea, Gustavo Vargas, “si él
(Quiroga) consideraba que no tenía combustible, tenía que entrar a
Bogotá a reabastecer. El aeropuerto de Bogotá, según el plan de vuelo,
era el alterno para cualquier cosa”.
Y la tercera decisión fatal la tomó el piloto boliviano
cuando se acercaba al aeropuerto de Rionegro, con problemas de
combustible que ponían en riesgo el funcionamiento del avión, y en lugar
de declararse en emergencia pidió prioridad de aterrizaje.
Una declaratoria de emergencia por escasez de combustible le
hubiera generado a Lamia una multa de 25 mil dólares por la grave
violación de las normas de seguridad aérea que implica una situación de
esa naturaleza.
Los minutos finales
Los audios de la conversación entre Quiroga y la
controladora de tráfico aéreo del aeropuerto de Rionegro, Janeth Molina,
quien estaba de turno el lunes por la noche, indican que el piloto
boliviano y copropietario de Lamia se resistió hasta los últimos
segundos a declararse en emergencia, que en los protocolos de la
aviación implica emitir la señal de socorro “Mayday”.
Pero, además, sus reportes de “problemas de combustible”
coincidieron con el de otro avión de la aerolínea Viva Colombia que
volaba de Bogotá a la isla caribeña de San Andrés, y que decidió
desviarse de su ruta para aterrizar de emergencia en el aeropuerto de
Rionegro por una fuga de combustible.
“El avión de Lamia es llevado por los controladores de
tránsito a sostener la aproximación debido a que había una aeronave de
Viva Colombia que tenía aterrizaje prioritario por una falla de fuga de
combustible”, asegura el presidente de la Asociación Colombiana de
Aviadores Civiles, Jaime Alberto Hernández Sierra.
Los audios de la conversación entre el piloto y copropietario de Lamia y la controladora de tráfico aéreo son ilustrativos.
–Solicitamos prioridad para la aproximación (aterrizaje)
debido a que se nos ha presentado un problema de combustible –dice
Quiroga por la radio de la aeronave.
La controladora le responde que le dar á “vectores”
(indicadores electrónicos de rumbo y altura que le da la torre de
control a los pilotos para guiarlos hacia la pista), pero le aclara que
estima que puede hacer “la aproximación” en unos siete minutos.
–Solicito vectores para acercamiento, señorita –insiste Quiroga.
–Atento –responde la controladora–, tengo una aeronave por
debajo suyo efectuando la aproximación y adicional están realizando una
revisión de pista. ¿Qué tiempo tiene para permanecer en su aproximación?
–Estamos con emergencia de combustible, señorita –suplica el
piloto con voz de angustia—, por eso le pido de una vez curso final.
Pero en vez de darle prioridad al avión de Lamia en el que
viajaba el Chapecoense, la controladora Janeth Molina le pide al vuelo
de Avianca 9352 que inicie el acercamiento a la pista.
–Le solicito descenso inmediato –suplica Quiroga.
Enseguida, Molina cancela la autorización de aterrizaje al
vuelo de LAN 3020 y le pide a Quiroga que vire a la derecha para hacer
un descenso y aproximarse a pista.
Pero es evidente que el piloto no tiene tiempo de hacer esa
maniobra y exclama: “Vectores, vectores, señorita, vectores en la
pista”.
La controladora indica que ya lo perdió del radar y le pide que notifique el rumbo.
–Estamos con rumbo 360, 360 –dice Quiroga.
Molina le pregunta a qué altitud viene.
–Nueve mil pies, señorita… vectores, vectores…
Es lo último que se escucha decir al piloto del avión en que
habían de perder la vida 71 personas, entre ellas 19 jugadores del
Chapecoense, directivos y el cuerpo técnico del club, 20 periodistas y
aficionados que seguía al modesto equipo brasileño que llegaría a
Medellín a jugar el primer partido de la final de la Copa Sudamericana.
Fuente : Proceso.
Fuente : Proceso.
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