Pedro Ferriz de Con, conductor de noticias. Foto: Octavio Gómez |
Le siguen: Sergio Sarmiento, 6.8 por ciento; Joaquín López Dóriga, 6.3 y Brozo, 5.4.
Permanece rezagado el resto de los periodistas cómodos al sistema, así como los rostros que adornan los noticiarios de las pantallas de Televisa: Óscar Mario Beteta, 3.4 por ciento; Pedro Ferriz de Con, 2.2; Ciro Gómez Leyva, 2.2; Paola Rojas, 1.8; Carlos Loret, 1.6; Denise Maerker, 0.8, y Adela Micha, 0.5.
Las cadenas radiofónicas con más poder adquisitivo y estrechos lazos con la clase política no tienen un locutor fuerte en el área de noticias, un liderazgo auténtico.
Aunque se presente ante el auditorio como la cadena radiofónica con más figuras públicas al frente de sus micrófonos, Radio Fórmula está prácticamente desaparecida entre la audiencia capitalina en materia de espacios noticiosos. Salvo Joaquín López Dóriga, no hay un locutor en esta cadena que se ubique en los primeros lugares de raiting.
Otro caso similar ocurre con W Radio, que desde la salida de la propia Aristegui se esfumó como opción informativa, al grado tal que sus directivos decidieron reducir los contenidos noticiosos y sustituirlos por programación más cercana al entretenimiento.
Grupo Imagen es otro ejemplo de fracaso. La empresa presidida por Olegario Vázquez Raña, que se vende como “líder multimedia” en el país y con dos estaciones de radio, no figura como una opción de audiencia masiva en materia de noticias. Su mejor carta, Pedro Ferriz, apenas cuenta con el 2.2 por ciento de la audiencia, lo que evidencia su escaso poder de influencia en la capital del país.
Según el estudio, el 70 por ciento de los capitalinos escucha radio regularmente. Los programas de música y entretenimiento son preferidos por las audiencias, mientras que la mayoría de los presentadores de noticias oficiales no alcanza si quiera el un uno por ciento de los radioescuchas.
Los contenidos de los noticiarios afines al régimen están marcados por un nauseabundo y repetitivo esquema: campanazos que anuncian el tráfico, entrevistas cómodas, notas desechables, adulación al gobernante en turno, crucifixión a los opositores y opiniones editoriales descafeinadas.
Curiosamente, sus agendas temáticas y la forma en cómo abordan los asuntos políticos es prácticamente idéntica. Los presentadores, además, pasan de una estación a otra. Escuchamos a un soporífero locutor en el noticiario de la mañana en una frecuencia y en la “mesa de análisis” de la
tarde en otra.
Rara vez presentan reportajes, crónicas urbanas, investigaciones o formatos atrevidos; por el contrario, se esfuerzan en abrumar el espacio radiofónico de contenidos insustanciales.
Su trato para con los gobernantes es de predominante pleitesía y eso lo percibe el auditorio. Por ello no es extraño que el noticiario de Aristegui –que tampoco es extraordinario, sino simplemente cumple con ejercer un periodismo crítico—arrase frente a los competidores.
Un periodista que no transmite confianza es el equivalente a un ave sin alas: su esencia queda reducida a migajas. Y justo de este elemento primordial carece la oferta de los locutores oficiales. La credibilidad no se compra con miles de espectaculares, ni con una cara bonita o una millonaria campaña publicitaria: se teje con el fino hilo del compromiso social.
16 de noviembre de 2012
Análisis / fuente: proceso
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