La economía india es la décima del mundo, pero
millones de trabajadores viven en condiciones sólo un poco mejores que
la esclavitud. Esta es la historia de un hombre que ilustra la violencia
extrema a la que están sometidos estos trabajadores.
Nial y su amigo creían que iban a trabajar en un horno cerca de su casa. (Foto: BBC) |
Durante el trayecto, consiguieron escapar corriendo, pero a Nial y a un amigo les alcanzaron. Y ese fue su castigo.
Ambos eligieron perder su mano derecha. Nial tuvo que ver cómo le cortaban la mano a su amigo primero.
"Pusieron su mano encima de una roca. Uno de los secuestradores le agarró por el cuello y otro aguantó el brazo. Un tercero le cortó la mano con un hacha como si fuera la cabeza de un pollo. Luego cortaron la mía".
"El dolor era horrible. Pensé que iba a morir", explica Nial.
"El dolor era horrible. Pensé que iba a morir. "
Dialu Nial, trabajador forzado
"No fui a la escuela. Cuando era niño cuidaba al rebaño y cosechaba arroz", dice Nial sentado en la tierra, cerca de las cabañas donde vive su familia.
Es en este tipo de comunidades donde es más probable que las personas caigan en un sistema de trabajo forzado. Lo que suele suceder es que un intermediario le encuentra a la víctima un empleo y le cobra por ello una cantidad determinada.
Mientras tanto, la violencia les mantiene sometidos.
Activistas y académicos estiman que alrededor de diez millones de trabajadores están en situaciones como esta en sectores fundamentales para India, contribuyendo de forma indirecta a los beneficios de marcas indias globales y multinacionales que operan en el país y han ayudado a transformarlo en una potencia económica.
Al lado de Nial hay unos viejos sacos de plástico. Su familia sobrevive desenredándolos y convirtiendo los hilos en cuerda de atar.
Nial agarra una bobina de hilo entre los dedos del pie y sostiene otra con la mano que le queda. Su hermano Rahaso, sentado a su lado, hace lo mismo.
Nial intenta enrollar la cuerda, con la frente arrugada. Su hermano trabaja más rápido que él. Luego la bobina se le escapa de la mano. Rahaso se la devuelve. Su cara refleja decepción y enfado.
Nial, Nilamber, Bimal y otros diez viajaron en autobús para conocer al principal contratista.
"Vi que era rico. Tenía una moto y vestía corbata", dice Nial.
El contratista les enseñó el dinero, pero luego lo volvió a guardar. No lo iban a cobrar por adelantado, les dijo, sino algún tiempo después. Nial, sin embargo, no desconfió y decidió aceptar el trabajo.
Raipur
Al día siguiente, les llevaron a la estación de tren de Raipur, capital del estado de Chhattisgargh. Pero en vez de hacer un pequeño viaje hasta el horno de ladrillos, como les habían prometido, se dieron cuenta de que el tren estaba haciendo un recorrido de 800km hacia Hyderabad, una próspera ciudad situada más al sur y uno de los pilares del éxito económico indio. Pero algunos del grupo ya habían oído historias sobre personas sometidas a trabajo forzado allí, así que se prepararon para huir.Cuando el tren paró en una estación, todos ellos, excepto Nial y Nilamber, pudieron escapar.
En lugar de llevarlos a Hyderabat, el contratista les llevó de vuelta a Raipur. Pasó parte del viaje hablando por teléfono, arreglando la recepción de los trabajadores en el momento de la llegada.
"Sus secuaces nos estaban esperando", recuerda Nial. "Nos retuvieron y nos taparon la boca para que no pudiéramos gritar".
En ese momento, Bimal se fue. A Nial y Nilamber les llevaron de vuelta a la casa del contratista y les retuvieron allí.
"Nos retuvieron y nos taparon la boca para que no pudiéramos gritar"
Dialu Nial
El contratista exigió a Nial que le pagase 20.000 rupias (US$330) para liberarle, pero su familia no pudo conseguir el dinero. Les mantuvieron secuestrados durante cinco días. Durante el día, les hicieron trabajar en la granja del contratista. Por las noches, les golpeaban.
Al sexto día, los secuestradores se pusieron a beber mucho. El contratista y cinco de sus hombres les condujeron a un bosque remoto. Primero, les retuvieron y les golpearon. Luego los hicieron arrodillarse y los mutilaron.
"Tiraron mi mano al bosque", dice. "Envolví la herida con mi mano izquierda y apreté para contener el sangrado hasta que me dolía tanto que tuve que aflojar. Luego volví a apretar".
Apareció el instinto de supervivencia. Siguieron una corriente de agua hasta un pueblo, donde pudieron cubrir las heridas con una bolsa de plástico. Luego se subieron a un autobús para ir al hospital de un pueblo cercano.
Ha empezado un programa de dos años de la ONG International Justice Mission (IJM), para recuperarse de la dura experiencia.
Como parte de su rehabilitación, participa en un grupo de más de 150 personas en una sesión terapéutica en Orissa. Todos ellos han sido liberados de trabajo forzado en los últimos meses, mayoritariamente en hornos de ladrillos.
Hay docenas de niños. La mayoría de los hombres han sufrido palizas. Algunas mujeres han sido violadas y dos de ellas recibieron patadas en el estómago cuando estaban embarazadas. El marido de una murió después de que lo lanzaran desde un tren en marcha.
En una escena que recuerda a la época del esclavismo en Estados Unidos, el grupo canta canciones sobre sus problemas. "Nos recuperaremos del dolor. Seremos libres", dice el estribillo.
Para todos, el primer año del programa se centra en que vuelvan a aprender cómo expresar las emociones más básicas del ser humano.
Multinacionales
"Han sido comprados y vendidos como si fueran propiedad de alguien, y de esa forma es como se ven ellos ahora", explica Roseann Rajan, terapeuta de IJM. "No saben mostrar emociones. No pueden reír, enfadarse o expresar tristeza".Los activistas creen que el fracaso del gobierno indio a la hora de proteger a la población del trabajo forzado, los secuestros y otros crímenes supone una grave violación de los derechos de los ciudadanos.
"Hay problemas muy enraizados de abusos de los derechos humanos por razones económicas en India", dice Peter Frankental, director del Programa de Relaciones Económicas de Amnistía Internacional en Reino Unido. "Entre ellos, el rechazo a aplicar la ley contra las empresas, las acusaciones falsas y el encarcelamiento de activistas que intentan denunciar estos problemas".
La Confederación de Sectores de India instruye a las empresas para aplicar la ley, que prohíbe el trabajo forzado desde 1976. Pero, según el IKM, los tribunales hacen poco por castigar a los que se saltan las normas. Se tarda cinco años en llevar los casos frente a un tribunal, e incluso así los intermediarios o los propietarios de los hornos suelen librarse de los cargos con una multa de US$30.
La mayoría de las multinacionales aseguran que están comprometidas con los derechos humanos y los protocolos de la ONU, pero los activistas aseguran que no hay ninguna empresa que trabaje en India que pueda garantizar que sus edificios están construidos con ladrillos producidos legalmente. Cada horno imprime un logo en sus ladrillos, así que es posible seguir el proceso hasta donde fueron fabricados.
El mayor sindicato británico, Unite, califica la utilización de trabajo forzado en India como un escándalo y dice que empezará a monitorear a las empresas sospechosas de recurrir al esclavismo en todos los eslabones de sus cadenas de proveedores. "Hace mucho tiempo que sucede esto y hay que pararlo", opina el secretario general, Len McCluskey.
"No hay trabajo forzado"
A. Ashok, Comisionado Laboral de Andra Pradesh
La Organización Internacional del Trabajo (OIT) introdujo el mes pasado un duro y obligatorio protocolo contra el trabajo forzado, que calificó de "una abominación que todavía afecta al mundo del trabajo". Sus 185 estados miembros incorporarán el protocolo en sus leyes nacionales.
Muchos en el gobierno indio, mientras, niegan que exista el trabajo forzado.
El Comisionado Laboral de Andra Pradesh, el estado cuya capital es Hyderabad, me dijo en diciembre que podía garantizarme al 100% que no hay trabajo forzado en su territorio.
"No existe tal cosa", dijo A. Ashok.
Disculpas
Ashok citó los hornos de ladrillos en Ranga Reddy, a las afueras de Hyderabad, como un modelo para el sector.Pero muchos de los participantes en el programa de rehabilitación de Nial proceden justamente de allí. Cada uno de ellos tiene un certificado del gobierno con un sello que dice que han sido liberados del trabajo forzado.
De manera excepcional, se han producido arrestos en relación al secuestro de Nial y los sospechosos están bajo custodia. Bimal, el vecino que los reclutó, fue arrestado y se encuentra en libertad bajo fianza.
Lo encontramos caminando en un campo de matorrales y árboles, después de pasar por varias vallas rotas y cabañas de madera. Casado y con dos hijos, seis años mayor que Nial, se comporta con mucha más seguridad que él.
"No fue solo error mío. Todos juntos decidimos ir. Quiero pedir perdón y volver a ver a Dialu (Nial) para que podamos seguir viviendo como vecinos", dice Bimal.
Pero Nial no quiere hablar de reconciliación. "La cárcel no es suficiente. Deberían colgarlos", afirma.
¿Cuáles son sus esperanzas para el futuro? "Quiero casarme y tener una familia".
Pero su gesto se vuelve a ensombrecer. Baja la cabeza y se cubre el muñón con la manga de la camisa. En su cultura, con su grave herida es muy difícil encontrar una mujer y formar una familia.
Nial mueve la cabeza en señal de tristeza. "Por supuesto que nunca podré perdonarles".
Fuente : BBCmundo.
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