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sábado, 11 de julio de 2015

Libertad de expresión: Despedida

MÉXICO, D.F. (Proceso).- Allí está el pesado silencio. Todo lo que no se oye sobre Tlatlaya y Apat­zingán y Ayotzinapa y la Casa Blanca y la casa de Malinalco y el Grupo Higa y OHL y Humberto Moreira y los problemas con la declaración patrimonial de Enrique Peña Nieto y la orden de “abatir” que se le ha dado al Ejército. Todo lo que no se discute desde que Carmen Aristegui está fuera del aire. Todo lo que no se debate desde que fue sacada de un espacio imprescindible. El periodismo ausente, el periodismo acallado, el periodismo extrañado. El periodismo pugilista que solía agarrar al poder de la nuca y colocarlo contra la pared. Sin Carmen y su equipo ese poder ahora hace lo que se le da la gana ante la ausencia de contrapesos. Miente. Evade. Oculta. Sonríe. Gana elecciones y se regodea por ello.

                         
         El apoyo a Carmen Aristegui en el Monumento a la Revolución. Foto: Octavio Gómez
                   
Desde aquella mañana del 11 de marzo de 2015, en la cual MVS compró desplegados y sacó al aire comunicados donde acusaba a Carmen de agravio, de ofensa, de engaño. En un principio por haber acordado colaborar con Méxicoleaks; al final por usar contenidos de la radiodifusora para el portal de Aristegui Online. Pretextos hay y hubo muchos. Lo que ha quedado cada vez más claro es que se pusieron en marcha decisiones tomadas en privado para aislar a la periodista. Dejarla sin opciones. Obligarla a renunciar o despedirla como al final ocurrió. Una relación tensa que se volvió ríspida por la investigación sobre la Casa Blanca de la Primera Dama. Por el descubrimiento de que el hogar del presidente estaba a nombre de un contratista que había ganado concursos por 30 mil millones de pesos cuando Peña Nieto fue gobernador del Estado de México. Por la forma en la cual el escándalo político se entrecruzó con los intereses empresariales de la familia Vargas.



Los Vargas, antes correctos y caballerosos, ahora calumniadores y bravucones. Los Vargas condenando la “ínsula” que Carmen Aristegui había creado dentro de MVS, la cual ellos mismos aceptaron en el momento de firmar el código de ética y libertad editorial que ella exigió. Probablemente asustados, posiblemente presionados, indiscutiblemente deseosos de terminar una relación que había sido fructífera pero se había vuelto cada vez más incómoda. Una historia narrada por Wilbert Torre en su libro El despido: la verdad detrás de la salida de Carmen Aristegui del noticiero más escuchado en México. Una historia que se remonta a mayo de 2013 cuando un periodista llamado Rafael Cabrera va de compras a la Comercial Mexicana de San Jerónimo y se topa con la revista Hola y Angélica Rivera –presumiendo su casa– en la portada. Aunado a lo que ello desata. Un método ordenado de rastreo, confirmación, escritura, reescritura y edición. Un trabajo disciplinado, puntual y persistente de meses que pone nerviosos a los Vargas, quienes le piden a Carmen Aristegui “su comprensión”. Y como resultado de esa petición, el reportaje aparece en el portal de Aristegui Noticias y otros medios, pero no en la Primera Emisión de MVS.

Lo demás es conocido y no por ello menos grotesco. El despido sorpresivo de Daniel Lizárraga e Irving Huerta, los periodistas principales detrás del reportaje. La acusación de usar ilegalmente la marca de la compañía. El intento de imposición por parte de MVS de “lineamientos editoriales” a Carmen Aristegui, equivalentes a censura previa y a violación de su contrato. La búsqueda de mediación a través de la figura arbitral convenida –José Woldenberg– que los Vargas rechazaron. El despido intempestivo vía un notario que le deja los documentos en un arbusto afuera de su casa. Los desplegados viperinos, venenosos, con el objetivo de desprestigiarla. El aumento de las demandas de MVS en su contra. De lo que se ha tratado no es sólo de despedir, sino de destruir. Y para todos aquellos que veían el enfrentamiento como un simple tema contractual y no como un acto concertado de censura, allí está la evidencia de lo contrario. Carmen Aristegui no está en la radio porque ningún concesionario quiere contrariar a Los Pinos, sobre todo ahora con tantas licitaciones y renovaciones en puerta.

Tiene razón Lorenzo Meyer. El país no debería ser así. Tendría que haber libertad y entonces los medios podrían competir entre sí para ver quién produce el mejor noticiario. Pero no es así y Carmen entonces destaca por una decisión que ha tomado. Un riesgo que conlleva un enorme grado de ética: ir contra un sistema que no es democrático aunque se jacte de serlo. Denunciar y perseguir la corrupción que brota por todos lados. Exhibir las partes podridas del sistema. Carmen llama la atención y es especial porque en un país de eunucos es libre. Sale de Círculo Rojo por evidenciar al padre Maciel. Sale de W Radio por su crítica a la Ley Televisa. Sale de MVS la primera vez porque pregunta si Felipe Calderón tiene problemas con el alcohol. Sale de MVS la segunda vez por algo transparente y público como suscribir una alianza –con Méxicoleaks– para investigar y combatir la corrupción, que resulta ser un pretexto para despedirla.

Y para quien crea que Los Pinos no intervino de múltiples maneras en este caso, basta con ver la página 111 del libro de Wilbert Torre, en la cual Enrique Peña Nieto intenta explicar por qué no incurrió en un conflicto de interés con la Casa Blanca. Pocas veces uno lee algo tan cantinflesco, tan ignorante, tan poco informado. O la página 113, en la que dice: “¡Y es una casa bastante grande, a la vista de todo mundo! En verdad no entiendo cuál es el inconveniente”. No, el presidente no entiende y ese es el problema para el país. Por eso ignora como ignora. Por eso gobierna como gobierna. Por eso tapa como tapa. Por eso sus directores de prensa pueden hablar a editores de periódicos y decir –ante una nota incómoda–: “Ya habíamos quedado en algo. ¿Qué está pasando? Por favor, hazte cargo”. Mientras distribuyen comunicados diciendo que “el gobierno de la República ha respetado el ejercicio crítico y profesional del periodismo (…)”. Excepto cuando de Carmen Aristegui se trata.

Pero Carmen seguirá allí y algún día recuperará ese espacio que es de todos. Haciendo aquello que el periodismo está llamado a hacer, en palabras de Vicente Leñero. Decir las crisis, registrar su peso, gritar qué se esconde, cómo duele la llaga, por qué y cómo y a qué horas, desde cuándo y por dónde se manifiesta el yugo que oprime. Un trabajo sinfónico de equipo. La causa colectiva de escarbar más a fondo las entrañas hondísimas de nuestra oscura realidad. Aquí seguiremos escarbando contigo, querida Carmen. El poder podrá despedirte pero el país te acoge.
Fuente : Proceso.

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