MÉXICO, DF, (apro).- La Organización Mundial de la Salud (OMS) y la Organización Panamericana de la Salud (OPS) se alarmaron esta semana de los efectos desastrosos que tienen los productos “ultraprocesados” sobre la salud –particularmente en casos obesidad–, y advirtieron que en México, cuarto consumidor mundial y primero en América Latina, se consumen en promedio 212 kilogramos de esta comida “chatarra” por año y por persona.
Un anaquel con refrescos en un supermercado. Foto: Alejandro Saldívar
A diferencia de los alimentos poco o no procesados, los productos “ultraprocesados” son fórmulas elaboradas en los laboratorios de la industria agroalimentaria y aplicadas en procesos industriales, explican las organizaciones en un informe.
Así, a un alimento de base comprado a costo muy bajo los científicos añaden un sinnúmero de aditivos que permiten aglutinar, colorar, edulcorar, emulsificar, estabilizar, dar sabor y conservar el producto final.
“La alimentación resultante se caracteriza por una densidad calórica excesiva y por ser rica en azúcares libres, grasas no saludables y sal, y baja en fibra alimentaria”, explica la OMS, al tomar como ejemplo, entre otros, las papas fritas en paquete, los helados, los dulces, las cereales, las galletas, los refrescos o los paquetes de “comidas listas” que sólo necesitan de unos minutos en el microondas para ser consumidos.
En 2013, cada mexicano comía en promedio 27 kilogramos de alimentos ultraprocesados y tomaba 185 litros de bebidas ultraprocesadas –refrescos– por año. Trece años antes, comía 20 kilogramos de chatarra y bebía 164 litros de refresco en promedio.
“Estos alimentos son problemáticos para la salud humana por distintas razones: tienen una calidad nutricional muy mala y, por lo común, son extremadamente sabrosos, a veces hasta casi adictivos; imitan los alimentos y se los ve erróneamente como saludables; fomentan el consumo de snacks; se anuncian y comercializan de manera agresiva, y son cultural, social y económicamente destructivos”, resume la OMS.
Las organizaciones demuestran que en los lugares donde se venden más productos procesados por persona la prevalencia de obesidad se dispara, y el ejemplo más significativo de ello fue México, cuya población consume en promedio 212 kilogramos de productos ultraprocesados por año y tiene la mayor masa corporal de América Latina.
“El procesamiento industrial de los alimentos representa en la actualidad el principal determinante de lo que se ha convertido en el sistema alimentario mundial, y que hoy en día afecta en particular a los países de ingresos medianos y bajos”, afirma el informe, al recordar que en 2013 se vendieron 471 millones de toneladas de estos productos en el mundo.
En 2013 se consumieron 79 millones de toneladas de estos productos en América Latina y las ventas de refrescos se duplicaron entre 2000 y 2013, al pasar de 38 mil millones de dólares a 81 mil millones, llevando a la industria ganancias mayores que las que genera la región conformada por Estados Unidos y Canadá.
Además, son pocas las empresas que se reparten el enorme pastel de la comida “chatarra”: de acuerdo con la OMS y la OPS, en América Latina las cuatro multinacionales de mayor producción de alimentos y bebidas ultraprocesados imponen un modelo oligopólico sobre el mercado de los refrescos, de las golosinas, los cereales y los dulces.
Por ejemplo, en México las cuatro mayores transnacionales concentran 95.9% del mercado del refresco y 89.4% de las golosinas dulces y saladas, de acuerdo con los datos del informe.
“La creciente concentración y dominación de la economía mundial por parte de las empresas alimentarias ricas genera graves preocupaciones por su poder mercadotécnico y su influencia en los consumidores, así como por su poder político ante los Estados-nación y la consiguiente capacidad de influir en las políticas que afectan el suministro de alimentos”, advierten.
“Chatarra” urbana
La OMS y la OPS critican la versión según la cual el consumo de productos ultraprocesados resulta solamente de una decisión individual. Ven, por ejemplo, una correlación entre la urbanización y el alto consumo de estos productos.
“En las ciudades se puede tener acceso a productos ultraprocesados todo el día, todos los días, en negocios de venta de alimentos y de otro tipo, cerca del transporte, en escuelas y hospitales, y en los lugares de trabajo”, observan, al subrayar que “las cadenas nacionales y transnacionales de supermercados y tiendas de convivencia están creciendo y desplazando a los tenderos independientes y los minoristas de comestibles especializados”.
En América Latina, los productos ultraprocesados se vendieron en mayoría en las tiendas de minoristas –“modernas”, como los supermercados o las franquicias de Oxxo o Seven Eleven, o “tradicionales”, como la tiendita de la esquina–.
Las comercializadoras de estos productos, plantean las organizaciones, gastan miles de millones de dólares en estrategias de mercadotecnia agresivas que “explotan las creencias irracionales, los deseos e ilusiones que socavan las decisiones racionales y el autocontrol”.
A través de imágenes del alimento en su forma natural colgadas sobre los empaquetados, los colores de los mismos o los mensajes como “fibra natural”, difunden la idea engañosa de que el producto es sano, cuando en realidad ya no le queda mucho del ingrediente original.
“Algunos intentos recientes de aplicar regulaciones obligatorias para mejorar el suministro de alimentos se han visto obstaculizados por la desinformación y las publicaciones científicas tendenciosas, además de la presión de los intereses comerciales”, lamentan las organizaciones.
Además, señalan que las políticas neoliberales implementadas desde los años ochenta y que conllevaron a la desregulación de los mercados y la llegada de capitales y empresas extranjeras en los mercados nacionales facilitaron el ascenso de las grandes industrias alimentarias, que a su vez aumentaron su producción y venta de alimentos ultraprocesados.
Fuente : Proceso.
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