El diario Clarín publicó
un artículo del periodista Julio Black, quien describe cómo los
problemas económicos invaden la Casa Rosada.
(Xinhua)
Incluso, ha pedido “no me hagan doler la cabeza” o soltado frases como “Estoy rodeada de inútiles”.
Se reproduce la columna de Blanck, titulada “Por suerte, a Cristina todavía le queda el Papa”:
El discurso de la Presidenta, el miércoles en la Casa Rosada, no fue el peor que se le recuerde. Fue el segundo peor. En lo más alto de ese podio imaginario es difícil desplazar a aquella pieza memorable de agosto del año pasado, días después de la derrota en las elecciones primarias, cuando desconoció el resultado y reclamó reconocimiento al triunfo oficialista en la Antártida.
Esta vez, su regreso después de seis semanas de ausencia pública estuvo sostenido en el anuncio de un buen plan de ayuda social para el millón y medio de jóvenes que siguen en la lista de los que no estudian ni trabajan.
Eso solo ya diferencia sus efusiones del miércoles de aquella pura expresión de enojo y rencor de agosto, cuando empezó a verse que dos de cada tres argentinos elegían no votar a los candidatos de la Presidenta de los 40 millones de argentinos, como gusta presentarla la locutora de sus actos.
Pero algo iguala algunos discursos de la Presidenta, entre ellos estos dos de colección: es cierta forma persistente de desconocer y negar la realidad, al menos en sus perfiles más apremiantes para la mayoría de la sociedad.
El miércoles la Presidenta habló sobre una cuidadosa selección de temas positivos para ella y su gobierno. Ignoró, negándolos de hecho, la inflación, los saltos enormes del dólar, el impacto directo sobre precios y salarios, la crisis de energía y los cortes de luz, el aumento de los combustibles y las tarifas del transporte; por mencionar algunos asuntos del listado que desvela cada día a tantísima gente.
Eso no es mentir, pero es no decir toda la verdad. Y la diferencia entre una y otra cosa a veces se hace demasiado angosta.
Es bueno evitar confundirse. Esa misma Presidenta que se mostró tan recuperada cuando bailó y cantó en aquella fiesta del 10 de diciembre pasado, y que esta semana desempolvó sus rencores y obsesiones, es una líder política decidida a permanecer en su puesto hasta el último día. Y resuelta a dar batalla a sus enemigos, reales o imaginarios, de adentro o de afuera, hasta conseguir su destrucción, o su derrota electoral.
Un artículo del periodista Leonardo Míndez, publicado ayer en Clarín, reveló cómo ven a la Presidenta algunos de sus funcionarios:“aislada”, enojada”, reprochando a quienes le llevan problemas y pidiendo “no me hagan doler la cabeza”.
Sugestivo pedido de una Presidenta a la que en octubre operaron del cráneo. Tan sugestivo, si se quiere, como la figura del avestruz, que hunde la cabeza en la tierra para no ver el peligro, y que ella misma utilizó el miércoles cuando dijo suponer de qué modo podrían caricaturizarla al día siguiente en los medios a los que tanto odia. No hubo tal caricatura.
Esa Presidenta, que en uno de sus célebres ataques de ira dijo ante testigos “estoy rodeada de inútiles” sin que nadie la contradijera, es la que afronta, desde ahora y hasta el final de su mandato, el tiempo más ingrato de su largo período en el poder.
El ajuste de una economía camino a desquiciarse se está haciendo de la forma más brutal y primitiva. El Gobierno, encerrado en su discurso, se empantana a mitad de camino entre lo que debería hacer y lo que se permite hacer para conservar las últimas hilachas del relato. Y la fenomenal devaluación, huérfana de medidas efectivas de contención social, pega de lleno sobre trabajadores, jubilados, comerciantes, pequeñas y medianas empresas, y sobre los millones de compatriotas alcanzados por los planes sociales porque la década ganada no les garantizó el acceso al trabajo digno.
Nuestra Presidenta no está entrenada en gobernar la contrariedad. No es que haya atravesado pocas dificultades en su vida política. Ni que a cambio de tanto beneficio obtenido no haya tenido que ofrendar costos personales enormes. Pero en otras etapas de dificultad tenía a su lado a Néstor Kirchner. Que podía equivocarse como cualquiera y decidir medidas erradas y agresivas; pero que sabía de economía, sabía de gestión y sabía cómo contenerla y cuidarla a ella. Ese escudo protector no está más.
Aún a riesgo del tremendismo, funcionarios que acompañaron desde muy cerca todo el recorrido de la presidencia de Néstor y el primer mandato de Cristina, arriesgan que ese lugar de protector, con las enormes diferencias del caso, podría ser ocupado –al menos en el imaginario de la Presidenta– por el papa Francisco.
Como se sabe, los contactos telefónicos entre el Papa argentino y la Presidenta se hicieron más frecuentes desde la operación de Cristina en octubre.
Primero fueron llamados de Francisco para interesarse por la salud de ella, por la marcha de su recuperación física y anímica. Después fueron las recomendaciones claras del Papa a sus muy numerosos visitantes del mundo político, del empresariado y los sindicatos, en el sentido de “cuidar a Cristina” y ayudar, cada uno de su responsabilidad, a que el proceso político y económico no se desbarranque y el Gobierno pueda llegar sin traumas mayúsculos hasta el recambio presidencial de diciembre de 2015.
Fuentes del oficialismo confiaron que en los últimos tiempos las conversaciones de Francisco y Cristina se hicieron más habituales. Y que incluso desde la Presidencia hubo llamados al Vaticano que no siempre pudo atender el Papa en el momento, ocupado como está en la conducción de 1.200 millones de católicos en el mundo. Pero tarde o temprano esos llamados desde Buenos Aires terminaron siendo respondidos.
Mientras tanto el círculo íntimo de la Presidenta parece haberse reducido todavía más, según testimonios de fuentes directas. A su hijo Máximo sólo habría que agregarle al ministro Axel Kicillof, en la breve lista de a quienes ella verdaderamente escucha. Pequeño problema: Kicillof además de aconsejar debe hacer, pero haciendo –por lo menos hasta ahora– no es un ejemplo de éxito y eficacia.
El siempre influyente y cercano Carlos Zannini parece reducido, seguro que de modo circunstancial, al papel de ejecutor de las cuestiones de palacio. Ministros como Julio De Vido y Florencio Randazzo recibieron zamarreos presidenciales por sus insoportables problemas de gestión o por la admisión de sus ambiciones. Y Jorge Capitanich, que podría haber ordenado el funcionamiento del Gobierno dados sus antecedentes y preparación, pronto probó la medicina áspera del kirchnerismo y quedó remitido a sus conferencias de prensa matutinas, en las que afronta los temas más diversos con invariable retórica florida. Bueno para la prensa, que tiene con qué llenar sus mañanas. Pero de dudosa efectividad para el Gobierno y la Presidenta a quien sirve.
Lo que se hace y quiénes lo hacen son decisiones de la Presidenta. Pero ella nunca estuvo para cargar con los costos. Por eso, ahora que la carga se está haciendo más pesada, la influencia del Papa es una bendición.
De algún modo el Papa la cuida a ella, y así nos cuida a todos. O por lo menos lo intenta.
(Con información de El Clarín y Aristeguinoticias)
No hay comentarios:
Publicar un comentario