MÉXICO, D.F. (Proceso).- Pocas veces desde finales de la
Segunda Guerra Mundial habían ocurrido al mismo tiempo tantas crisis
internacionales como las que se viven hoy: Afganistán, Irak, Siria,
Gaza, Ucrania, Centroamérica. Con excepción de las negociaciones sobre
el programa nuclear de Irán, no hay mesas de negociación diplomática
para encontrar salidas, no existen líderes que hayan tomado a su cargo
la búsqueda de soluciones, no hay instituciones regionales o universales
que hayan asumido responsabilidad, no hay hoja de ruta que señale el
camino, por lejano que sea, para salir del túnel.
El nuevo orden. Cartón de Rocha |
La situación anterior
ocurre como resultado de diversos factores. El primero, el
debilitamiento de la influencia de Estados Unidos en la política
internacional. Cierto que su presencia militar, cultural y tecnológica
está en todas partes. Pero a diferencia de otros momentos, como durante
la Guerra de los Balcanes, cuando su voz definió el rumbo a seguir para
terminar el conflicto, la Casa Blanca ha perdido liderazgo. Las
declaraciones del presidente Obama son titubeantes, dominadas por la
convicción –reflejo del ánimo existente entre los estadunidenses– de que
deben evitarse mayores compromisos de Estados Unidos en los problemas
mundiales.
Ahora bien, aun esos intentos moderados son infructuosos
cuando el margen de maniobra es reducido por circunstancias internas y
externas. La polarización de la sociedad estadunidense, acelerada desde
la llegada al poder de Obama, tiene el efecto de dificultar la política
exterior. Desde la negativa del Congreso a proporcionar fondos para
hacer frente a la crisis humanitaria producida por los niños migrantes,
hasta los ataques constantes a la negociación diplomática para llegar a
un acuerdo con Irán, son ejemplos de la hostilidad en medio de la cual
se mueve el presidente Obama. La cercanía de las elecciones intermedias,
y, pronto, de las presidenciales, subordina las decisiones en materia
de política exterior al efecto que puedan tener en el comportamiento
electoral; el cortoplacismo y la irracionalidad son la consecuencia
inevitable.
En el ámbito externo, los factores que limitan a Estados
Unidos provienen de diversos frentes. En Europa, es difícil lograr una
posición unificada ante los problemas de Ucrania dada la dependencia que
en esa parte del mundo se tiene de los energéticos provenientes de
Rusia. A pesar del dramatismo que acompaña el derribo del avión MH17 con
293 pasajeros, el rápido señalamiento de Obama respecto a las
responsabilidades rusas no ha sido secundado por los europeos
interesados en no profundizar el conflicto con Rusia; aducen, con razón,
que antes de establecer acusaciones es necesario esperar los resultados
de una investigación imparcial.
En otros flancos, el afianzamiento de China como un poder
económico y político indiscutible que extiende su influencia sobre sus
vecinos en Asia, los países árabes, África y América Latina es el hecho
que mejor ilustra el fin de la hegemonía de Estados Unidos en el siglo
XXI. Convivir con China, encontrar la forma de lograr buenas relaciones
diplomáticas y económicas conteniendo, al mismo tiempo, los avances que
amenacen abiertamente sus intereses, es una de las tareas más
importantes y complejas para el gobierno estadunidense durante los
próximos años.
A la situación anterior cabe añadir el reto representado
por un líder carismático, ambicioso y deseoso de restablecer las
antiguas glorias de la Rusia imperial. El papel de Putin es enorme en la
recomposición de las zonas de influencia de la OTAN, en las
negociaciones en curso para manejar el programa nuclear de Irán, en las
decisiones sobre el trato al gobierno de Siria, en la fragmentación de
Ucrania, entre otros temas. Las políticas destinadas a su aislamiento
internacional encabezadas por Estados Unidos y la Unión Europea han sido
poco exitosas. Prueba de ello es la gira efectuada recientemente por
América Latina, en donde logró objetivos de tipo económico y político
que no son despreciables, en particular en Cuba y Brasil.
El fin de la guerra fría abrió una etapa positiva en que
los miembros permanentes del Consejo de Seguridad, generalmente
encabezados por Estados Unidos, coincidían en desarrollar acciones para
el restablecimiento de la paz que tuvieron éxito en diversas regiones de
Asia, África y América Latina. Pero esa etapa duró poco. De hecho entró
en crisis desde la invasión de Irak por parte de Estados Unidos. Hoy,
el ambiente del Consejo de Seguridad recuerda los años de la Guerra
Fría. Los miembros permanentes se encuentran divididos: por un lado,
Estados Unidos, Francia y Reino Unido; por el otro, China y Rusia. Los
problemas más serios están fuera de su agenda. El secretario general de
la ONU se ha retraído, haciendo llamamientos muy tibios, aun en
situaciones tan graves como los bombardeos de Israel contra Gaza que han
producido la muerte de más de 500 civiles inocentes.
Si a todo lo anterior agregamos el efecto de las nuevas
tecnologías de la información sobre las relaciones internacionales, los
nuevos peligros y las amenazas a la estabilidad –como pueden ser los
ataques cibernéticos, el deterioro del medio ambiente y la cascada de
conflictos que se ha precipitado durante los últimos meses– provocan una
gran perplejidad. ¿Cómo será el futuro de la paz y la seguridad
internacionales dentro de la situación caótica que hoy se vive?
Fuente : Proceso.
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