Rolando Deneke era un niño cuando su
abuela Consuelo le hablaba de la bisabuela Abelina y de sus historias de
Don Justo. Escuchaba como se escucha a las abuelas, herederas de otros
mitos distintos a los nuestros. Atendía a todo, pero lo recordaba como
si fuera un cuento, un cuento en el que se decía que Don Justo Armas
había sido emperador de México y que siempre iba descalzo porque le juró
a la Virgen que así lo haría si lo salvaba de la muerte.
Poco a poco fue reconstruyendo la historia.
Se hablaba de que hacia la segunda mitad del siglo XIX había aparecido
en El Salvador un hombre culto y elegante, que pronto se convirtió en
favorito de la alta sociedad y las cúpulas políticas. Don Justo Armas
era un hombre reservado y misterioso, se decía el último sobreviviente
de un naufragio del que nadie tenía noticia. Su parecido con el recién
fusilado emperador de México era asombroso, pero nadie lo cuestionaba,
no había forma de comprobar nada, y además era más emocionante ser
cómplices de ese secreto a voces.
Deneke encontró documentos que prueban
que Don Justo Armas ya habitaba en el Salvador en 1870. Desde el
principio fue acogido por la familia de Gregorio Arvizú (quien también
era masón), vicepresidente en ese entonces. Hasta su muerte Armas fue
asesor de políticos y presidentes, además de ser encargado de dirigir
los banquetes diplomáticos. Llamaba la atención, no sólo por ser
evidentemente extranjero, sino porque en efecto nunca usaba calzado, a
pesar de ir siempre impecablemente vestido.
A pesar de ser enemigos políticos,
Maximiliano y Juárez eran hermanos masones. Esto quiere decir que Juárez
no podía matarlo, señala Deneke. “La única salida que le quedaba era la
de matar al emperador, pero salvar al hombre.” Maximiliano habría
tenido entonces que jurar nunca revelar su identidad, adoptar otro
nombre y aceptar el salvoconducto que le aseguraría la entrada a El
Salvador. Quizá el vínculo masón no pruebe en sí mismo nada, pero Deneke
es meticuloso y ha recopilado numerosas pruebas:
1. Cuando Maximiliano fue fusilado las
grandes potencias europeas exigieron a México el cuerpo. Los pretextos
de la cancillería mexicana lograron retrasar durante siete meses el
envío y, cuando finalmente el cuerpo del archiduque fue embarcado rumbo a
Austria, la historia registra que su madre, la archiduquesa Sofía,
exclamó al verlo: “Ese no es mi hijo”.
2. El fusilamiento ocurrió en las más
extrañas circunstancias. Sólo una veintena de personas acudieron a la
ejecución y fueron mantenidas a gran distancia por un grupo de soldados.
Además, el pelotón de fusilamiento fue conformado por un grupo de
campesinos que nunca habían visto antes al emperador.
3. Es incuestionable el parecido entre
Justo Armas, Maximiliano y Francisco José. Un estudio antropológico
realizado en Costa Rica confirmó la identidad de Armas y Maximiliano.
Posteriormente, cuando fue autorizada la exhumación de los restos de
Armas, se realizó una prueba de ADN comparando su perfil genético con el
de una pariente de Maximiliano por línea materna directa, y la prueba
dio positiva.
4. Un estudio grafológico realizado en Florida mostró que la letra de Armas y la de Maximiliano son en realidad la misma.
5. Justo Armas conservaba en su casa
objetos que habían pertenecido a Maximiliano y que le habían sido
enviados desde México. El propio Deneke viajó a París con unas cucharas y
tenedores pertenecientes a Armas y las llevó a casa Christofle, quienes
confirmaron que efectivamente habían diseñado esas piezas
exclusivamente para el fallecido Emperador de México.
6. Finalmente, Deneke cita el testimonio
de Doña Fe, hija del alemán Alexander Porth, propietario del Nuevo
Mundo, el mejor hotel de San Salvador en ese entonces. En plena Guerra
Mundial, un par de emisarios austriacos llegaron a El Salvador en busca
de Don Justo Armas. Despúes de ser rechazados varias veces se acordó un
encuentro en el hotel de Porth. Fue allí que Doña Fe, que entonces era
una niña, pudo escuchar la conversación. Los caballeros pedían a Don
Justo volver a Austria, Francisco José se encontraba muy enfermo y
querían que él ocupara el trono. Armas se negó rotundamente, ya un día
se le había hecho firmar la renuncia al trono y no pensaba tomarlo
jamás. Doña Fe recuerda claramente que Don Justo abandonó la habitación
dando un portazo.
Justo Armas falleció en 1936, a los 104
años. Deneke dice ya no tener dudas de que Armas era Maximiliano de
Habsburgo, sólo falta saber si su testimonio y la evidencia que ha
congregado es suficiente para que los historiadores la tomen en cuenta o
preferirán dejar que el polvo vuelva a ascentarse y que esta nueva
historia quede de nuevo enterrada en el olvido.
Fuente : Pijamasurf
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