La pobreza extrema. Foto: Miguel Dimayuga |
Lo mismo puede ser provocado por un fenómeno externo, como un episodio de hiperinflación o una recesión macroeconómica profunda.
La situación es la opuesta para los menos: Sólo 2.5% de los hogares –que representa a 1.71% de la población– tienen asegurado, al menos en el corto o mediano plazo, los recursos económicos, acceso a servicios para vivir dignamente, así como otros productos y servicios innecesarios para la vida cotidiana.
En el abismo que existe entre la clase baja y la clase alta se encuentra la clase media, aquella que creció en la primera década del siglo XXI, pero que no es la más representativa del país.
En 2010 había 12.3 millones de hogares y 44 millones de personas “clasemedieras”; tres cuartas partes de estas magnitudes se concentran en áreas urbanas. En términos porcentuales, 42.42% de los hogares está en esta situación, que abarca a 39.16% de los mexicanos.
En el año 2000 la clase media era menor, ya que la relación correspondía a 38.4% de los hogares, con 35.2% de la población nacional.
“Lo anterior significa que en el transcurso de una década la magnitud de la clase media, ya sea contabilizada en términos de hogares o de personas, se incrementó en cuatro puntos porcentuales”, precisó el Inegi.
Actualmente, un hogar de la clase media cuenta al menos con computadora; gasta alrededor de 4 mil 400 pesos al trimestre (a precios de 2010) sólo en consumir alimentos y bebidas fuera del hogar.
Además, dentro del hogar, alguien tiene tarjeta de crédito y al menos un integrante inserto en el mercado laboral formal; lo encabeza alguien que tiene al menos educación media superior y su estado civil es casado, conformando un hogar nuclear de cuatro personas.
No sólo eso, lo más probable es que quienes viven en hogares de clase media trabajen en el sector privado y que sus hijos asistan a escuelas públicas.
Según el organismo de estadística, llama la atención que estos hogares dependan más de los créditos de interés social o los recursos familiares que del crédito comercial bancario para el acceso a la propiedad de la vivienda.
Pero no sólo los créditos para vivienda están lejos de las posibilidades de la clase media, y ni qué decir de la clase baja, que es la mayoría en el país.
Según la Encuesta Nacional de Inclusión Financiera (ENIF) 2012, los usuarios del crédito formal representan 27.5% de la población adulta en México, los cuales alcanzan sólo a 19.3 millones de personas.
En contraste, 23.7 millones de mexicanos (33.7%) prefieren financiarse de manera informal, ya sea a través de la familia o de préstamos familiares.
Este es el panorama económico y desigual de las familias mexicanas. Atrás quedó el discurso del gobierno de Felipe Calderón que aseguraba que el país es “clasemediero”.
Y también el discurso del entonces secretario de Hacienda, Ernesto Cordero, quien una tarde de febrero del 2011 aseguró que con ingresos de seis mil pesos al mes las familias tienen crédito para una vivienda y para un coche, y además “se dan el tiempo de mandar a sus hijos a una escuela privada y están pagando las colegiaturas”. Palabras que días después, el “delfín” del calderonato trató de corregir.
El Inegi reveló todo lo contrario a aquel discurso oficial. La situación es distinta, para peor.
Fuente : Proceso
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