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viernes, 5 de abril de 2013

Miami arremete contra monjas que alimentan a desamparados

Hace 33 años, la Madre Teresa de Calcuta vino a Miami a poner en acción su misericordioso lema de amor: “Servir a los más pobres entre los pobres”.

Desde entonces, cada mañana un grupo de hermanas de la Congregación de las Misioneras de la Caridad cubiertas con el distintivo sari blanco con rayas azules, deja tras de sí la verja del pequeño convento donde viven sin aire acondicionado ni lavadora ni televisión, para entrar, al otro lado de la calle, en el mundo de la pobreza: un comedor para los desamparados fundado por la Madre Teresa.
En días recientes, al terminar la oración matutina en una capillita con la imagen de Nuestra Señora de Fátima, las hermanas, acostumbradas a escuchar palabras cándidas de personas agradecidas, se encontraron con una notificación de la Ciudad de Miami en un poste de electricidad que las acusa de una violación de los códigos municipales.
Aparentemente, nunca habían obtenido un permiso para alimentar gratuitamente –y sin fondos del erario público–, a cientos de desamparados que ven en ellas el reflejo del símbolo universal de la compasión y la dignidad que representa la Madre Teresa.
“¿Qué estamos violando?”, preguntó la hermana Lima Marie, superiora de la casa. “¿Ocuparse de los desamparados es una violación?”
Las hermanas se sintieron intimidadas porque la notificación culmina recordándoles que la operación “de un negocio sin las licencias requeridas es ilegal bajo la ley estatal y local, y es penalizado con arresto criminal o cierre del negocio”.
Con ese agresivo lenguaje se hace obvio que el gobierno de la ciudad no tiene ni el mínimo respeto por estas abnegadas religiosas ni la sensibilidad necesaria para diferenciar entre un “negocio” sin licencia, y una obra de caridad.
“Nosotras no estamos operando un ‘negocio’. Nuestro ‘negocio’ es hacer el bien”, comentó la superiora a El Nuevo Herald en una inusual entrevista; las misioneras no hacen declaraciones públicas al haber jurado votos de humildad y pobreza.
“Para nosotras”, continuó, “la misión es solo una: saciar la sed de Jesús en la Cruz mediante el trabajo por la salvación y santificación del alma”.
Sentados a la mesa, unos 300 desamparados que ingresan cada día en tres turnos durante la mañana, escuchan la lectura del Evangelio del día y la reflexión sobre la escritura tanto en inglés como en español. Inmediatamente después, un ejército de voluntarios les sirve platos llenos.
Lima Marie recordó que “Madre” –como llaman unas 5,000 misioneras alrededor del mundo a la hoy beata fundadora de la orden–, “decía que la verdadera hambre, es el hambre del alma”.
La amenaza de la Ciudad pone el cuño oficial a un enfrentamiento con las hermanas que no es nuevo, debido al aglutinamiento desordenado de los desamparados en las calles circundantes al convento próximo al centro hospitalario Jackson Memorial. A tres cuadras, se encuentra el Complejo de Ciencias Naturales y Tecnología de la Universidad de Miami, cuya primera fase fue inaugurada en febrero. La universidad promete que el recinto transformará a Miami en un destino de primera línea a nivel mundial para la biomedicina.
La escaramuza ilustra un problema más amplio. Al igual que los negocios y residentes de downtown, nadie quiere a las personas sin hogar como vecinos, por los problemas sociales que a menudo acarrea este marginado segmento de la sociedad. Miami no tiene suficientes camas en los refugios y algunos desamparados afirman estar en lista de espera. Otros se niegan a vivir bajo las restricciones establecidas por los asilos.
Las autoridades municipales –que no respondieron a mis llamadas el martes– aspiran a detener programas que alimentan a los desamparados a nivel de calle. Por ejemplo, al mudarse a un nuevo recinto también contiguo al Jackson, Camillus House, por requisitos de zonificación de la Ciudad, ya no da de comer a quien toque a su puerta, sino que se concentra en sus residentes.
El cambio ha dejado a los sin techo básicamente con dos alternativas: el Miami Rescue Mission, cuya asistencia se ha duplicado, y las Misioneras de la Caridad, además de un puñado de iglesias que administran pequeños comedores.
Thomas Greer, un cocinero rubio de ojos azules originario del Estado de Arkansas, es uno de los comensales habituales en el convento. Terminó en la calle hace cinco años luego de un divorcio y pérdida de trabajo. Sufre de depresión y dice no saber cómo salir adelante.
“Este comedor me ha mantenido vivo por cinco años. Cuando he sentido hambre, he tenido adonde ir”, comentó Greer, de 58 años. “Así no tengo que robar comida o comer del basurero”.
Subrayó que conseguir una cama bajo techo no es tan fácil como parece. En Camillus House hay lista de espera y el Centro de Asistencia a los Desamparados (HAC) casi siempre está lleno. Por lo general, hay que registrarse en programas estatales y muchas de estas personas viven con paranoia y temor a las autoridades. Tampoco quieren abandonar Miami, por la temperatura en el invierno.
El convento de las monjas, que opera también un refugio para mujeres con hijos, es uno de 710 centros que dirigen las Misioneras de la Caridad en 130 países. Fue durante un viaje en tren entre Calcuta y Darjeeling, en India, que la misionera Gonxha Bojaxhiu, nacida en la actual República de Macedonia, recibió en 1946 su inspiración de un llamado de Jesús para atender a los más pobres. Cuatro años más tarde, su congregación fue promulgada.
Toda su vida y labor fue testimonio de la alegría de amar, y millones de personas en el mundo se han sentido tocados por ella, sin importar religión, raza o etnia.
Justo un día antes de que un inspector de códigos de Miami dejara a las hermanas la notificación de violación y de potencial embargo de la propiedad ( lien), el Papa Francisco marcó el inicio de su pontificado llamando a la sociedad a trabajar especialmente por los más pobres.
Los políticos de Miami deberían escuchar al Papa y, en vez de arremeter contra las embajadoras de la Madre Teresa, unirse a ellas.
Fuente : El nuevo herald.

dshoer@elnuevoherald.com

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