Al maestro con cariño
4 enero 2012
(de la Revista Proceso)
Sabina Berman
MÉXICO,
D.F. (Proceso).- Haré un acto impopular para concluir el 2013.
Escribiré en defensa de los maestros malos. Mi defensa tiene un carácter
muy personal. Desde las alturas abstractas de la discusión del destino
de la educación de México, simplemente no tendría sentido. Sabina Berman |
En el año de 1995
viví en Oxolotán, Tabasco. Un pueblo a orillas de un río verde y
tumultuoso, homónimo del pueblo. Un pueblo hundido en la cañada, al que
sólo se podía llegar por una carretera de curvas en bajada,
irremontables a pie. Un pueblo donde había un único teléfono, una cabina
herrumbrosa a la entrada de la calle principal. Donde pasaba un camión
que iba a Villahermosa una vez cada tres días. Un pueblo de 2 mil
habitantes, una cuadrícula de cemento blanco al fondo de la selva.
Los
tres maestros de la escuela eran tipos morenos que usaban huaraches y
vaqueros y ganaban apenas para tener cada cual una casita de cemento,
piso de arena y hamacas para dormir. Además, en las tardes caminaban a
tres pueblos más pequeños, sumergidos en la selva, a los que no llegaba
ningún camino asfaltado. Se abrían paso en la hierba tupida, un machete
en la mano, por si aparecía una víbora cascabel o un animal de dientes
grandes.
Uno
de ellos, entonces el más joven, debía cruzar un puente colgante y
caminar tres horas entre troncos y mosquitos para llegar al pueblito
asignado. Y en ese pueblito, que si tenía nombre ya lo olvidé, esa
mancha humana de no más de cien habitantes, la escuela eran cuatro
postes con un techo de lámina, donde los niños, recién bañaditos,
asistían no diario, sino cada tercer día, que era cuando el maestro
podía llegar hasta ahí.
Los
tres maestros de Oxolotán eran muy amados por la población. Tanto como
el cura de la iglesia, un edificio de piedra construido por los
franciscanos en 1663. O tanto como el único policía, un policía tan bien
conectado al espíritu local que cuando llegaron a Oxolotán los
guerrilleros zapatistas y pidieron posada y se les asignó el campo de
futbol para residir, él pidió que la población lo encerrase en la única
celda durante toda su estancia: así podría justificar ante los jefes
policiacos de Villahermosa que no hubiese dado el pitazo y estuviese
complacido de que la gente les llevara a los guerrilleros comida y agua,
y hasta entretenimiento, en la forma del coro de niños escolar.
Esos
tres maestros esforzados y justamente amados por la gente de Oxolotán
me rompen el alma ahora que parece haberse formado un consenso para
aprobar la reforma educativa. No lo sé de cierto, lo supongo: ninguno
pasaría el examen que se les quiere aplicar a los maestros del país.
Igual no han aprendido todo lo que un maestro del DF o de Monterrey.
Igual nadie les dio cursos de actualización. Es probable que no han
tenido tiempo ni fuerza, ni acaso oportunidad, para ponerse al día en
cuanto a conocimientos.
Guardo
un recado que me escribió en una hoja cuadriculada el maestro que iba
cada tercer día del otro lado del río. Lo guardé porque parece más bien
un dibujo de Miró: Estando el papel húmedo, porque el aire de la selva
humedece el papel, el trazo de tinta de la pluma Bic se descorrió, y la
letra Palmer, redonda, asemeja un garabato artístico.
Si me gustaba mirarlo, ahora me espanta el recado. “Sabina, vente por la noche a la cocina y hay platicamos”.
Hay en lugar de ahí. Un error ortográfico. Y lo dicho, el destino de quien cometió ese minúsculo error hoy me parte el alma.
Quiero
decir, la educación en México no puede ser este desastre cotidiano. De
acuerdo. Si queremos un México más inteligente y justo, debemos
intervenir el sistema educativo público. También seguro, el sindicato de
maestros se ha vuelto un obstáculo a ese cambio porque se ha enredado
como una hiedra venenosa al sistema caduco de educación y hay que
desmontarlo de él. Algo más, hay que desbaratar la estructura caciquil
del sindicato: No es cosa de sacar de su dirigencia a Elba Ester, o no
es sólo cosa de eso: La estructura caciquil debe ceder a otra más
democrática y racional para que el sucesor de la Maestra tampoco sea un
cacique.
Tachar
a los falsos maestros de la nómina: correcto. Clarificar la relación
entre el sindicato de maestros y el Panal: correcto. Examinar a los
maestros para saber cuáles son aptos para enseñar y cuáles no: también
correcto.
¿Pero
despedir draconianamente a los tres maestros de Oxolotán? ¿Despedir a
maestros que han ejercido lo mejor posible, dado lo que el Estado les ha
dado a ellos? ¿Despedirlos como a sirvientes? ¿Desde las grandes
ciudades mover la mano en un gesto de desdén y decirles váyanse, son
ustedes insuficientes? ¿Desde oficinas de mármol, desde escritorios de
cedro, desde la comodidad de puestos de gobierno o de opinión mandarlos
al infierno del desempleo y la ingratitud?
Esos
maestros rurales merecen ser tratados con dignidad y con gratitud. Más
que desprecio, deben recibir las disculpas de la Secretaría de Educación
Pública. Merecen cursos para volverlos aptos y merecen que la
Secretaría de Educación asuma que si no lo son es debido a la torpeza de
la institución, no a la de ellos.
(Con informacion de proceso y radiocoapatv)
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